El punto G y la eyaculación femenina: mitos y realidades

Durante décadas, la idea del “punto G” ha flotado entre el mito y la ciencia, entre la promesa de un placer oculto y el misterio anatómico de una zona difícil de identificar. Sin embargo, los avances en neurofisiología y anatomía sexual femenina han aportado nueva luz sobre este tema, separando la fantasía de la realidad biológica y emocional.


1. La historia del punto «G»

El término “punto G” fue acuñado en honor al ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg, quien en 1950 describió una pequeña región de la pared anterior vaginal sensible al estímulo. Durante años, su existencia fue discutida con escepticismo, en parte porque la medicina tradicional ignoró la complejidad del placer femenino y redujo la sexualidad de la mujer al coito reproductivo.

La sexología contemporánea, encabezada por investigadoras como Beverly Whipple, Rebecca Chalker y Beverly Komisaruk, ha demostrado que la experiencia orgásmica femenina no depende de un solo “punto”, sino de un entramado sensorial que une el clítoris, la uretra y la pared vaginal anterior.


2. Anatomía del placer: un mapa oculto

Los estudios neuroanatómicos muestran que el clítoris es mucho más extenso de lo que se percibe externamente. Posee dos bulbos internos que rodean la entrada vaginal y se conectan con la uretra y el tejido esponjoso anterior —el área comúnmente asociada con el “punto G”—.
Esto significa que la estimulación del punto G no es independiente del clítoris, sino una prolongación interna de su estructura.

La Science of Orgasm describe cómo diferentes nervios (pélvico, pudendo y vago) pueden conducir sensaciones de placer desde la vagina, el cuello uterino y el clítoris hacia el cerebro. Por eso, cada mujer puede experimentar el orgasmo desde distintas zonas, aunque en todas hay participación del sistema clitoriano.


3. ¿Existe realmente la eyaculación femenina?

Otro tema íntimamente ligado al punto G es la eyaculación femenina. Durante mucho tiempo se pensó que las mujeres no “eyaculaban”, o que si lo hacían, era orina. Hoy sabemos que existe una secreción emitida por las glándulas parauretrales o de Skene, situadas alrededor de la uretra, anatómicamente equivalentes a la próstata masculina.

Los análisis bioquímicos demuestran que este fluido contiene fosfatasa ácida prostática y antígeno prostático específico (PSA), las mismas sustancias que produce la próstata en el varón. La cantidad varía: algunas mujeres emiten unas gotas; otras, una pequeña corriente líquida.
Ambos fenómenos son normales, siempre que no se acompañen de incomodidad o pérdida de control urinario.


4. Entre el mito y la experiencia

No todas las mujeres sienten placer al estimular el punto G, ni todas eyaculan. Algunas lo describen como una presión profunda, otras como una sensación de calor o de “liberación”.
El error está en convertirlo en una obligación o en una meta: el punto G no es un interruptor universal del orgasmo, sino una posibilidad entre muchas.

El placer femenino es multidimensional. La mente, la respiración, la comunicación emocional y la confianza son tan importantes como el contacto físico. De hecho, la Science of Orgasm describe cómo la corteza cerebral y las áreas límbicas del cerebro participan activamente en la respuesta sexual, modulando la percepción del placer y la conexión emocional.


5. Secreto Maestro

El arte de explorar el punto G no consiste en “buscar un botón”, sino en escuchar al cuerpo.
La técnica más eficaz no se mide por intensidad, sino por presencia.
Para descubrir esta zona, la mujer debe sentirse segura, hidratada, relajada y curiosa. La posición ideal suele ser recostada con las piernas ligeramente abiertas y la pelvis elevada. Con los dedos limpios y lubricados, se introduce uno o dos hasta sentir una superficie rugosa o esponjosa, de unos tres a cinco centímetros dentro de la pared frontal de la vagina.
El movimiento no es de vaivén, sino de masaje rítmico (“ven aquí”) mientras se respira profundamente.
Cuando se alcanza la excitación adecuada, la sensación puede trasladarse al clítoris o incluso al abdomen. En algunas mujeres, aparece la necesidad de orinar: es el reflejo natural de la uretra antes de liberar el fluido prostático. No se debe reprimir; dejar fluir es parte del proceso.


6. Reconciliar la ciencia y el misterio

El punto G y la eyaculación femenina son pruebas de que el cuerpo de la mujer todavía guarda secretos. Pero más allá del hallazgo anatómico, lo verdaderamente revolucionario es comprender que el placer no está en el punto, sino en la consciencia.

La ciencia puede explicar los nervios, las glándulas y las reacciones fisiológicas, pero solo la experiencia personal traduce esa información en gozo, confianza y autoconocimiento.

Hablar de eyaculación femenina no es hablar de cantidad o de espectáculo, sino de energía vital, de expansión, de aceptación de la propia respuesta corporal sin vergüenza ni comparación.


Conclusión

El punto G sí existe, pero no como un lugar fijo y mágico, sino como parte de un sistema erógeno complejo donde convergen anatomía, emoción y deseo. La eyaculación femenina también es real, aunque varía en forma e intensidad.
Ambos fenómenos invitan a mirar el placer desde un lugar más humano y consciente: un encuentro entre ciencia y sensibilidad, donde la curiosidad y la ternura se vuelven las verdaderas herramientas del descubrimiento.